domingo, 3 de octubre de 2010

Los Vaqueros del 2010

Capitulo 1
Berti y Jerry entraron a Chicago montados en un pequeño camión de carga color rojo. Iban en busca de un buen amigo del padre de Jerry, llamado Jeffrey, el cual los había mandado a que le entregaran ese cargamento que llevaban en el camión.

Se estacionaron frente a un salón, donde Jerry solía ir de vacaciones con su padre. Ahí siempre hacían su primera parada para saludar a su buen amigo, Jeffrey.
-“¡Qué mucho ha cambiado este lugar!”- Jerry le dijo a Berti.

Se bajaron del camión. Jerry miraba para todos lados. El sitio se veía vacío por los alrededores y había uno que otro perro realengo.

Berti era el más bajito de los dos. Tenía el cabello colorado y su rostro era pecoso. Vestía con una gabardina color marrón que le llegaba hasta los tobillos y lucía en su cabeza un sombrero del mismo color. En su cintura cargaba un revólver 45 automático. Sus ojos eran color marrón claro y rara la vez estaba de buen humor.

Jerry era negro con unos ojos grises bastante grandes. Lucía también una gabardina, pero esta no era tan larga como la de Berti. Era de color negra y su sombrero también. Usaba dos magnum 357 y los cargaba en su cintura al estilo vaquero.

Ambos caminaron hacia adentro del negocio. Jerry iba al frente y Berti lo seguía. Jerry se dirigió al bar tender y pidió dos cervezas. El hombre fue rápido y las tomó del congelador. Tomaron asiento luego que el bar tender sirvió las cervezas. Jerry observó el lugar y Berti se dirigió a una mesa de billar, la cual quedaba en un cuarto escondida.
-“¿Se encuentra Jeffrey?”- le preguntó Jerry al bar tender.
-“No, el ya no es el dueño de este lugar.”
Jerry bebió de su bebida. Prendió un cigarrillo. La nube de humo se dejó ver al segundo de esta pregunta:
-“¿Y quién es el dueño?”
-“John Babi.”
-“¿Sabes dónde puedo encontrar a Jeffrey?”
El bar tender contestó nuevamente pero esta vez fue con su cabeza. Luego dijo:
-“Desde que él vendió este salón, no se le ha visto el pelo por los alrededores.”
Un hombre alto, de algunos siete pies, se levantó y habló en voz alta:
-“Me pareció escuchar el nombre de Jeffrey, ¿o me equivoco?”
Jerry se voltea y lo mira de abajo hacia arriba. Pasaron tres segundos y le dijo:
-“No se equivoca. Me urge encontrarlo.”
El hombre lucía una gabardina gris y miró fijamente a Jerry. Tomó la escopeta que estaba sobre la mesa y le dijo:
-“Yo trabajo para él.”
Caminó hacia Jerry y estrechó su brazo diciéndole:
-“Me llamo Zafle.”

Jerry le devuelve el saludo mientras que Berti estaba al otro lado perdiendo dinero. Se molestó tanto que le rompió el taco de billar al hombre encima. La sangre había manchado las paredes y el piso de madera. El taco de billar ya era una estaca, de esas que se usan para matar vampiros en las películas de Hollywood. El hombre estaba boca arriba. Intentó defenderse, pero eso fue un grave error que cometió. Berti le espetó el canto de taco que le quedaba en su mano en el centro del pecho. Lo miró aproximadamente seis segundos. Abrió la puerta del salón y salió muy relajado.
-“¿Lo localizaste?”- le preguntó a Jerry.
-“Sí, ya. Estoy esperando que Zafle salga del baño.”
Berti lo mira y le dice:
-“¿Y quién carajo es Zafle?”
Jerry señaló hacia el baño y luego dijo:
-“Ese pequeñito que viene por ahí.”
Berti lo mira de abajo hacia arriba. En la vida había visto un hombre tan alto. Se empezó a reír a carcajadas y le dijo a Jerry:
-“¿Y a esta cosa tú le dices pequeñito?”
Zafle se le para de frente y le pregunta:
-“¿Qué te causa gracia?”
Berti rasmilló su boca y levantó sus dos manos hacia arriba y dijo:
-“Nada, solamente me acordé de un buen chiste. Eso es todo.”
El bar tender comenzó a llamar al hombre que había matado Berti:
-“¡William!”
Berti le dijo al bar tender:
-“Acaba de pasarte por tu cara y no te diste cuenta.”
Jerry le dijo a Zafle:
-“Ya es hora de movernos.”
Zafle le dijo al bar tender:
-“Luego paso a recoger el caballo.”
Salieron del salón. Berti le dijo a Jerry al oído:
-“Este no va a caber allá adentro. ¿No ves las piernas de jirafa que tiene?”
-“Tienes razón, por eso tú iras a la parte de atrás para que él quepa cómodo.”- Jerry le dijo riéndose.
Berti le insistía pero no la ganó. Así que no le quedó más remedio que montarse en la parte trasera del camión.

Luego de un largo camino, llegaron a un pueblo pequeño llamado Jordania. Pasaron por entre medio del pueblo. Las personas los miraban sorprendidos. Se asomaba la gente por las ventanas. Era rara la vez que veían un camión que no fuera del gobierno. Por ejemplo, el camión de la perrera, que se estaba cayendo en cantos, solamente lo veían cuando tenían a un preso capturado en el pueblo. A este lo llevaban a un pequeño cuarto, bien vigilado, hasta que lo vinieran a recoger y uno que otro riquitillo que venía al pueblo a gastar dinero. Pero, eso se veía, si acaso, tres veces al año, y cuidado.

Ya casi nadie visitaba el pueblo. Había bandidos por todas partes. A dos horas de distancia, se encontraba otro pueblo pequeño llamado Los Robles de los Monos. Estaba inundado de morenos oscuros y claros. Eran los contrabandistas. Movían la marihuana y el whiskey. Cualquier bandido que buscaba refugio, allí se hospedaba. Sin duda, el mejor sitio para cualquier bandido.

El otro pueblo quedaba al frente de la colina de Jeffrey. Estaba a una hora de distancia. Ahí era el lugar más seguro para cualquier riquitillo que quisiera depositar su dinero y sus prendas. Contaba con tres bancos grandes, con el cuartel de la policía, con una buena tropa de alguaciles y con el hombre más importante: El Capitán Bobby Lampón.

El capitán había arrestado al fugitivo más temible: Ruco Rigón y a toda su ganga. Los tenían encerrados en una cárcel adentro del pueblo. Este pueblo le suplía un poco de protección a los demás pueblos a su alrededor cuando la necesitaban...


Berti dio dos palmetazos duros a la lata del camión para que Jerry se detuviera. Jerry captó el mensaje y se detuvo. Berti le dijo:
-“Voy a estar en este salón.”
-“No te metas en problemas.” Jerry conocía muy bien su carácter y Berti dejó al descubierto sus dientes y se retiró. Mientras que Jerry y Zafle siguieron hacia la colina. Era el único lugar alto que tenía el pueblo.

La colina estaba ubicada al final, mejor dicho, sobre salía del pueblo. Tenía una vista hermosa. Había bastantes árboles y el señor Jeffrey tenía el camino muy bien arreglado. ¿Quién no? Con todo el dinero que tenía enterrado. No creía en los bancos. Sabía que era un error depositarlo en las manos de los banqueros. Sabía que otros como él se dedicaban a asaltar los bancos y los banqueros no hacían absolutamente nada. Seguro, no iban a arriesgar su vida por un dinero que no les pertenecía.

El señor Jeffrey tenía una sola cosa en mente: vengar la muerte de su hermano. Lo habían matado hacía dos semanas, después que él había comprado la colina. Le mandó un telegrama invitándolo a que pasara unas vacaciones, pero nunca llegó. ¡Qué iba a llegar! Si le salieron de frente cinco vaqueros. Le quitaron todas sus pertenencias y le violaron a su mujer. Luego, los mataron.

Dos días después, Jeffrey salió a buscarlos y los encontró llenos de tiros y sin ropa, tirados en el camino. Las huellas de la carreta se habían borrado por la lluvia que había caído. Ese día, con mucho dolor en su alma, recogió los cuerpos y los montó con sus hombres en su carreta.

Cuando regresó al pueblo, mandó a Zafle y algunos hombres más, a que los enterraran…


Así que probó de lo mismo, del mismo dolor que les causaba a las familias de los que él había matado, los cuales eran muchos. El dinero le había conquistado su alma y su mente. Pues una cosa hay escrita en la biblia, y muy cierta, que son los diez mandamientos, los cuales él había aplastado con su arrogancia y sus ambiciones. Ese día maldijo a Dios como nunca lo había hecho. Parecía que estaba rezando un padre nuestro. Lo maldecía una y otra vez…


Berti entró al salón y se dirigió a la barra. Pidió un trago de whiskey. Había varios hombres jugando póker en diferentes mesas. Tornaron sus miradas hacia él, pero Berti no se dio cuenta. Se bebió su trago y pidió otro más. Le preguntó al bar tender que si tenían un salón de billar. El hombre le dijo:
-“Por esas escaleras a mano derecha lo vas a encontrar.”- y le advirtió: “No quiero problemas.”
Berti se levantó sin darle las gracias al bar tender y se dirigió hacia arriba.

En el salón había dos mesas de billar y las dos estaban ocupadas. Para completar, había varios hombres en espera. La mitad de ellos eran morenos. Dos trigueños y los demás rubios. Ninguno lucía amable. Se podía ver a legua la cara de hijo de puta que tenían. Lo miraban, pero lo más que a ellos les llamaba la atención, era el 45 automático que cargaba Berti entremedio de su ombligo y su pene.

Sacó una moneda y la puso junto a las demás, las cuales estaban en la baranda del billar. El lugar contaba con una pequeña barra y una mujer peli negra, quien brindaba su servicio. Su piel era blanca, su rostro perfilado y su boca pulposa y su nariz estaba a la perfección con su rostro. Lucía un bikini rojo, el mismo dejaba al descubierto sus enormes senos y sus nalgas hermosas, blanquitas. Caminó hacia ella y con una sonrisa le pidió un trago. Había un hombre sentado en una de las sillas, el cual parecía que llevaba rato tratando de conquistarla, pero eso a Berti no le importaba. Sabía que la mujer era como un tesoro escondido que cualquier hombre buscaría.

La mujer le sirvió el trago con mucha simpatía. Luego siguió a atender a los demás. Berti tomó asiento y mientras ella se paseaba de un lado a otro, Berti se la comía con su mirada. Se la imaginaba a ella en cuatro patas y su pene entrándole por su vagina.

En una esquina, había dos rubios, quienes habían acabado de llegar. Entre ellos murmuraban y se reían. Berti se dio la vuelta para estar pendiente a su turno. Se dio cuenta que los rubios se estaban riendo. Eso lo puso incómodo. Sabía que se estaban riendo del. Ya el buen humor se le había ido al carajo. El temperamento de aquel mal humor que solía tener, le había llegado a su mente y lo único que pensaba era en matar a esos dos cabrones de mierda.

Los muy pendejos se creían el último diamante en el desierto. Se creían que por que eran blanquitos y tenían ojos verdes, las mujeres se iban a inclinar hacia ellos. Berti se levantó, listo para darle muerte a los rubios, pero algo ocurrió. La joven le había hecho una pregunta. No sé, a lo mejor se había dado cuenta del tripeo que le tenían a Berti y no quería que se formara una balacera en su área de trabajo.
Berti, muy juicioso, se volteó para contestarle a la mujer:
-“Soy del norte de Chicago.”-dijo Berti con una sonrisa.
La mujer estrechó su mano y le dijo su nombre:
-“Me llamo Jamillette.”
Berti, embobado, le dijo:
-“Mucho gusto.”
Ella le sirvió un trago de cortesía, ya sabes, mañas de mujeres para sacarles el dinero a los clientes. Luego le hizo otra pregunta:
-“¿Y qué haces por este pueblo?”
-“Busco un poco de diversión, nada más. Y el hombre que hablaba contigo, ¿es tu novio?”
-“No, es un amigo nada más.”
En eso llegó uno de los rubios. Era el más alto de los dos. Tenía una voz gruesa. Pidió un tabaco de marihuana. Luego, tomó asiento y le preguntó a Berti:
-“¿Por qué cargas tu revólver en ese sitio?”
Berti lo miraba, se rió y luego de varios segundos decidió contestar:
-“Así lo cargamos en mi pueblo.”
El rubio dio otra sonrisa y dijo:
-“Me atrevo apostar que eres del norte. Un gran error que tienen ustedes, cuando van a sacar el revólver, el martillo se enreda con la hebilla y terminan con un boquete en la frente.”
-“¿Quieres intentarlo? Salgamos afuera.”- Berti le contestó con una mirada asesina.
El rubio encendió el tabaco de marihuana y botó el humo muy relajado y le dijo:
-“No te preocupes, ese día llegará. Más bien, ¿por qué mejor no te largas a jugar tu mesa? Mira que el primo mío está loco por jugar. ¡No vaya a ser que te robe la jugada!”
Luego se volteó y llamó a Jamillette. Para el rubio, Berti era una plasta de mierda del norte. Era otro estúpido pecoso que se creía un vaquero. Lo era, pero los blanquitos eran los mejores pistoleros, los mejores vaqueros.

Tenían esa reputación. Sus generaciones habían hecho historia. Por ejemplo, John Babi mató a más de treinta hombres a duelo que se le cruzaban de frente. Otro blanquito era Ruco Rigón y su pandilla. Todos eran blancos. Habían matado a casi un pueblo entero. También mató a más de veinticinco hombres a duelo hasta que llegó Bobby Lampón. Sí ese mismo, el capitán, y los tomó de sorpresa bañándose en un río detrás de la colina de Jeffrey. A ninguno le dio tiempo de alcanzar sus revólveres, error que habían cometido de celebrar una victoria.

Hacía tres días que Bobby Lampón los perseguía a ellos, la banda de los blancos rubios. Se habían equivocado. A lo mejor pensaron que el pecoso, Bobby Lampón, era un capitán pendejo que se iba a quedar con los brazos cruzados. Ruco Rigón y su banda habían matado a todos los policías que velaban el banco. Se habían llevado veinticinco mil dólares y en dos horas, el capitán Bobby Lampón, iba detrás de ellos...

Berti se levantó y empezó a jugar su mesa mientras que el rubio coqueteaba con Jamillette…


Jerry y Zafle habían llegado a la propiedad de Jeffrey. Estacionaron el camión y se desmontaron.
-“Espera aquí. Voy a avisarle.”- dijo Zafle.
En lo que Zafle fue a dar el recado, Jerry caminó hacia la esquina del barranco. Podía contemplar la hermosura del atardecer que la colina le ofrecía. Se podía ver con claridad. A la izquierda estaba el camino que conducía al pueblo de Los Robles y de frente el del capitán Bobby Lampón.
Zafle llegó a su lado y le dijo:
-“¿Linda vista verdad? Y eso que no has visto el río que hay detrás de esta colina.”
-“Cuando tengas un tiempo, me llevas.”- le dijo Jerry sonriéndose.
-“Ahora vente, que Jeffrey te quiere ver.”

Entró por las puertas y Jeffrey estaba sentado con sus piernas cruzadas como si fuera una mujer. Aparentaba de cincuenta y tanto años. Lucía una camisa de manga larga color crema con unos tirantes y pantalones marrones. Lucía unas botas cremas, las mismas cargaban unas espuelas muy afiladas y sus costuras eran marrones. Tenían un búfalo dibujado, sin duda un material muy caro. Saludó a Jerry y despidió a Zafle. Le dijo a Jerry:
-“Toma asiento.”-y le preguntó por el otro muchacho.
-“Se quedó en el pueblo. Es loco jugando billar.”- contestó Jerry.
Jeffrey comenta:
-“Eso no es bueno que esté solo ya que no conoce a nadie. Esto por aquí es muy caliente y si el muchacho es bravo, seguramente se meterá en problemas. Pero olvidémonos del muchacho y cuéntame, ¿cómo está el viejo?”
-“El viejo está un poco enfermo de salud, pero sigue controlando el whiskey y las armas que le envían del ejército.”
Jeffrey rió y comenta:
-“El muy cabrón consiguió lo que siempre quería. Tendrá que estar muy cómodo.”
-“Está bastante bien en ese lado. No le hace falta nada.”
-“Bueno, vayamos al grano, Jerry. ¿Trajiste las armas y la dinamita?”
-“Sí, todo está en el camión.”
-“¿Ah sí, camioncito y todo?”
Jeffrey se para y sale afuera a ver el camión. Jerry lo seguía dos pies detrás del y Jeffrey le dijo:
-“¡Pero mira que belleza de camión! Seguro le habrá costado bastante.”
Camina hacia la parte de atrás y llama a Zafle, quien estaba en una esquina con otro compañero fumándose un tabaco de marihuana.
-“Mira grandulón de mierda, ven acá para que bajes esos cajones.”
Luego de varios segundos, las cajas estaban en el piso y Zafle, con una pata de cabra, las abrió. Zafle las había dejado al descubierto. Jeffrey las observaba maravillado. Estrechó su brazo y cogió un rifle de mira y miró por su lente. Luego miró a Jerry y le dijo:
-“¡Mira que belleza!”
Le pasó el rifle a Jerry y le dijo a Zafle:
-“Abre la otra caja.”
En esa caja solamente había revólveres 45, como el que usaba Berti. Algunos eran negros y otros aniquelados. Jerry prendió un tabaco de marihuana y le dijo a Jeffrey:
-“Todas estas armas son del ejército. No hay que hacerle ningún treque. Ya vienen reforzadas de allá. Están hechas para la distancia. Ahora, si logras coger a uno a quemarropa, ese dará un salto a diez pies de distancia. Suficiente para matarlo con un solo disparo.”
Jeffrey dejó al descubierto sus dientes y dijo:
-“Esto hay que probarlo. ¿Quieres ganarte unos dólares extras?”
-“Seguro, siempre vienen bien. ¿Qué hay que hacer?”
-“Necesito que vayas al pueblo de Los Robles de los Monos y localices a Albert Bluff. Ése es el líder del contrabando. Es el que mueve la marihuana y el whiskey. Necesito que localices a ese negro de mierda, que le voy a mandar un regalito.”
-“Ok, mañana a primera hora salgo…”


La noche había caído. La luna daba su resplandor y las estrellas brindaban el adorno al cielo oscuro. La noche estaba fría y eso merecía unos buenos tabacos de marihuana para refrescar el cuerpo, o quizás, unos pares de tragos de whiskey irían en combinación con la noche fría.

Jerry se despidió de Jeffrey. Zafle había traído tres caballos. El del era color blanco, careto y tenía dos manchas negras en sus patas traseras. El de Jerry era negro completo como un azabache. Eran caballos grandes. Jeffrey los tenía bien cuidados. Zafle remontaba el caballo que iba a usar Berti, el cual era pinto, blanco y marrón.

Comenzaron a bajar la colina hasta que llegaron al pueblo. Mientras se paseaban por entre medio del pueblo, dos viejos peleaban al puño frente de un bar. Lo siguieron hasta que llegaron al salón donde se había quedado Berti. Amarraron los caballos al lado de los demás. En la entrada, estaba un viejito sonando una canción en una sinfonía. Zafle se quedó afuera mientras que Jerry lo siguió hacia adentro.

Jerry llegó a la barra y le pidió un whiskey al bar tender. Le preguntó al bar tender que si había visto a un hombre colorado con pecas. El hombre señaló hacia arriba. Jerry pagó su trago y se condujo al otro piso. Allí estaba Berti con una borrachera de madre. Estaba sentado en una silla de madera. Estaba ido y totalmente fundido. Jerry caminó hacia él y se sentó.
-“¡Tienes una loquera de madre!”- le dijo a Berti.
Berti habló todo enredado y lo único que entendió Jerry fue:
-“Quiero irme a acostar.”
-“Ok, ¿ya alquilaste un cuarto?”
Berti movió su cabeza. Jerry se levantó y fue hacia Jamillette y le preguntó:
-“¿Tienen cuartos para rentar?”
-“¿Para cuántas personas?”
Jerry le mostró dos dedos. Jamillete pregunta:
-“¿Cuánto tiempo van a estar?”
-“Por lo menos yo hasta mañana, pero mi amigo estará un poco más.”
-“¿Ése es su amigo? Tiene que estar pendiente del. Hubo un roce con el sobrino de Rocco Rigón y su primo. Son unos hombres muy peligrosos.”
-“Gracias, ¿y cómo se llama usted?”
-“Jamillette.”
Jerry sacó el dinero y se lo entregó. Jamillette le dio las llaves. Jerry se llevó a Berti al cuarto, lo acostó y le quitó las botas. Tomó su revólver 45 y lo puso sobre una mesa de noche. Cerró con seguro y se movió hacia el primer piso. Zafle estaba sentado jugando póker.

Jerry salió afuera, miró hacia el lado y vio que el viejo no estaba. Se sentó y vio que se acercaban cinco hombres en sus caballos…

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